Tailindia 2014 estamos en la gloria

30 mar 2014

Muay Dollar Baby

Como con la comida, dejamos para el final el mejor bocado.
Por la mañana… 
Muay Thai
El Muay Thai es el deporte nacional de Tailandia. Tiene fama de peligroso y salvaje porque tradicionalmente se usaba en él todo tipo de violencia, estrangulamientos incluidos. Hoy, parece que la cosa ha cambiado.
Estas son las reglas básicas (las hemos sacado de la web boxeotailandes.com):

EL COMBATE
El Muay Thai es un arte de lucha que en la actualidad se desarrolla sobre un ring convencional. Los contendientes se enfrentan en combates de cinco asaltos de tres minutos cada uno, y con descanso de dos minutos entre ellos.
Los corredores de apuestas levantan la mano para que se sepa quién manda allí.
Hay un árbitro, que vigila las evoluciones de ambos sobre el ring, y tres jueces encargados de la puntuar la pelea.
Antes del combate, cada boxeador realiza un ritual representando a su escuela, el Wai Kru
El objetivo es vencer al rival, bien por puntuación, por la vida del knock out o la interrupción de la lucha ante la manifiesta inferioridad del mismo.
TÉCNICAS
Las técnicas permitidas para atacar al rival son muchas. Para resumir, se puede decir que son legales los golpes con los puños, similares al boxeo inglés, con los codos, algo realmente característico del Muay Thai, con las rodillas, también muy identificativo, y con las piernas.
En total, ocho armas, o nueve, según quienes opinan que la cabeza, en el sentido de uso intelectual y no físico, posiblemente sea la más importante.
El Eufemiano Fuentes del Muay Thai
EQUIPAMIENTO
Pantalón, guantes, coquilla, protector bucal, tobilleras voluntarias, así como el mongkol (durante el wai kru, o ceremonia sagrada previa a la pelea) y los prajead (cordones sagrados y rituales que se anudan entre el hombro y el bíceps a modo de amuletos protectores según la tradición). 
Los guantes han de estar sujetos a un determinado gramaje según el peso de los peleadores.
Unos músicos acompañan cada round, y marcan el ritmo según la acción del ring.
Van desde las seis onzas, (132 gramos), para las clases más livianas, ocho (227 gramos) para las intermedias, y diez (284 gramos) para las más altas.

Y por la noche… Baiyoke Tower.
Tuvimos la suerte de poder encaramarnos al rascacielos más alto de Tailandia: 328 metros en vertical. Planta a planta, llegamos a la 82, donde nos dieron una cena acorde con las circunstancias.
El bufet era tan mastodóntico que nos desorientábamos todo el tiempo. El primer plato lo comimos en una mesa y el segundo en otra. Los camareros no sabían si estábamos de cachondeo o de verdad éramos lelos. 


No conocíamos el 90 por ciento de aquellas delicias de muchos países, colores y sabores, solo sabíamos que teníamos hambre, mucha, así que las probamos a granel. Casi arrastrándonos, subimos por las escaleras hasta la planta 84, donde nos mareamos (de gusto) viendo Bangkok entero desde una cubierta giratoria.
Porque nos pilla un poco lejos, pero estuvimos de acuerdo en que eso aquel sitio era para ir a comer como mínimo una vez al mes.
Hasta luego, Tailandia.



Cola Khao San Road

En el corazón de Bangkok late una calle como si no hubiera un mañana.

No tiene receta, pero sí ingredientes: mochileros y príncipes, ángeles enfermos y héroes caídos, pandilleros y lobos solitarios, tsunamis de sordidez y padres empujando carritos, rubias naturales y de bote, tatuadores que parecen de la mara salvatrucha... 
Oraciones budistas de protección tatuadas en las espaldas de las prostitutas (son su marca de identidad. Las mismas oraciones que lucen en el lomo las occidentales pensando que son algo muy fino y espiritual).
 Amores que invitan al malpensamiento.

Los típicos occidentales que van de superintegrados...

Reinas solitarias cargadas de picardía...
Amigas que vieron Resacón 2... y les gustó (también en versión masculina)
Cazadores otoñales (también en versión femenina)
Guerreras del arcoíris...
Lolitas con hambre de carne...
Frutas raras...
Se añaden masajistas callejeros, ruido, baratijas, bebidas y comida de todo pelaje y cualquier otro ingrediente potenciador del placer de los sentidos y se calienta la mezcla a más de 35 grados: Khao San Road.


29 mar 2014

Ir a por la paz y salir trasquilados

Somos como las polillas, vemos una luz y volamos hacia ella. 
Un día, sin tener un plan especial, se nos ocurrió montarnos en todos los medios de transporte que vimos. 
Cogimos un taxi, un tuctuc, guagua/bus, el skytrain, una moto, tres barcos y un carricoche de helados… y terminamos en un famoso parque tailandés llamado Lumpini (en honor a Lumbini, el lugar de nacimiento de Buda en Nepal), ansiosos por escapar de la contaminación, los atascos y el calor y echarnos a la cara un poco de campo abierto, aire fresco y abuelos practicando tai chi. Pero nos encontramos…
Miles de tiendas de campaña inundaban el parque, familias enteras por alguna causa, gente bañándose en contenedores de basura, barricadas de neumáticos y maromos en todas las entradas evitando el acceso a la policía. Ni rastro de los abuelos del tai chi que vimos en Callejeros Viajeros. Ni un bailarín de de hip-hop que echarnos a la cámara.

Sin querer, nos agenciamos la simpatía de unos paisanos que nos hicieron un resumen de lo que pasaba.

Desde noviembre de 2013, en Tailandia hay multitudinarias protestas que exigen reemplazar al gobierno por un consejo no electo que aborde una reforma del sistema político.
Miles de personas salieron a la calle, las habíamos visto en los telediarios enfrentándose a las fuerzas vivas del estado. A golpe de acampada, algunas de ellas (todavía decenas de miles) concentraron sus fuerzas en el parque Lumpini (donde fuimos buscando la paz y nos topamos con su contrario). Desde allí inician sus manifestaciones en contra de la primera ministra, Yingluck Shinawatra, a quien consideran corrupta. Su hermano, el ex primer ministro Thaksin Shinawatra fue depuesto en un golpe de Estado en 2006. Entonces huyó a la ciudad emiratí de Dubái para evitar una condena de dos años de cárcel por corrupción. 
Desde su exilio, Thaksin controla el gobierno tailandés. Estando allí movió hilos para que su hermana introdujera una ley de amnistía que lo librara de la cárcel y le diera la posibilidad de de regresar a Tailandia. Esa opción desató la ira de la oposición y la ley fue aparcada. Sin embargo, las protestas siguieron. 
Algunas cosas han pasado desde entonces: el 21 de marzo el Tribunal Constitucional de Tailandia anuló las elecciones legislativas de febrero por considerar que el proceso de votación no se completó en todas las circunscripciones, y ahora el gobierno es interino.
Después de escuchar la historia, nuestras simpatías se instalaron cual garrapatas en perro flaco con los manifestantes, a los que, dos días después, acompañamos en sus protestas, ondeando banderas, sujetando pancartas, gritando proclamas que no entendíamos (¿opai?) y haciendo sonar silbatos por las calles de Bangkok.

Luego quisimos desdramatizar y nos marcamos una tarde de peluquería de barrio y paella de Chatuchak.
A punto de volver a poner de moda el corte de pelo champiñón.
El chef Fernando en nuestros corazones.

28 mar 2014

El incidente

“Fascinante, nostálgico y memorable será su tour de un día completo a Kanchanaburi, a 80 millas al oeste de Bangkok. Durante su recorrido se hará una visita a uno de los cementerios de tumbas de los aliados de guerra (a menudo una experiencia emocional) y después al auténtico puente sobre el río Kwai...” 
Eso decía un papel que encontramos pegado a una farola, así que… ¿cómo resistirnos? Fuimos a una agencia y un señor sin dientes nos vendió la excursión. 
A las seis de la mañana del día siguiente pasaron a recogernos en una minivan donde viajaban también tres coreanas, cinco japoneses y una pareja alemana. Apretados, pero felices, fuimos silbando la cancioncilla de la película las tres horas del trayecto. Tutu, tutú tutú tu túúú…
Y lo vimos todo. El museo de la guerra, los cementerios colectivos, los elefantes currantes, un lago con cascada donde se bañaban familias enteras, los campos de arroz y las plantaciones de piñas y caña de azúcar. Un paisaje impresionante...
...hasta llegar al famoso puente de la película de David Lean (inspirada en una novela, basada a su vez en hechos reales).
Puente sobre el río Kwai.
El Puente sobre el río Kwai formaba parte de una línea de ferrocarril de más de 400 kilómetros que se construyó en menos de un año, entre 1942 y 1943, para enlazar Bangkok y Rangún en un esfuerzo de apoyo a la ocupación japonesa de la entonces Birmania (ahora Myanmar).
Fue destruido por los estadounidenses en 1945 y se reconstruyó tras la guerra a unos metros de su emplazamiento original, conservando del primero las vigas curvas de su estructura.
Guille a lo Lobo Sentado, sin saber que el tren no pasa por ahí desde 1945.
Miles de prisioneros y trabajadores murieron en el proceso porque vivían casi en la inanición y sometidos a la brutalidad de sus captores, trabajando desde el amanecer hasta el anochecer. 
Para dar emoción al asunto, la guía del grupo, una simpática tailandesa defensora del pacifismo zen, nos animó a hacer una parte del trayecto que otrora recorriera el llamado “Ferrocarril de la Muerte”.
Antes de salir, nos dijo solo dos cosas: 
- una: estaba estrictamente prohibido bajarse del tren durante el recorrido 
y
- dos: el tramo bordeaba un precipicio, llamado “Desfiladero del Infierno” no por capricho. 
El traqueteo y lo que veíamos nos encantaba pero, desde que escuchó lo de la prohibición, Guille no podía disfrutar del viaje, porque solo pensaba en una cosa... quería bajarse un rato del destartalado tren. 
Así que, cantando 'Soy rebelde' a lo Jeanette, saltó del tren en una breve parada y se puso a hacer fotos cual loco, sin darse cuenta de que el cacharro aquél se ponía otra vez en marcha y de paso lo dejaba atrás, mientras los demás pasajeros le gritaban desde las ventanillas “¡corre, corre!” al menos en cinco idiomas.
¡¡Correeeeeeeeee!!
Pero Guille no pudo alcanzar el tren, y mientras éste se alejaba él se iba haciendo cada vez más pequeño, como una lentejita al borde del abismo, sin dejar de hacer fotos.
La información del del folleto no mentía: aquello estaba siendo una experiencia bastante emocional.
La guía, renunciando a su filosofía zen a partir de ese momento, sufrió un ataque de nervios, palabrotas incluidas, y tuvieron que llamar a un médico para atenderla a ella y a una patrulla de la policía turística para el rescate de Guille. 
Por la peligrosidad de la zona, el tren no podría dar marcha atrás ni frenar, sólo esperar a llegar a la siguiente estación (media hora de camino) y luego volver a por él. ‘Pray for him’, nos dijeron.
Afortunadamente, no hizo falta, ni rezar ni la intervención policial, porque Guille, además de rebelde, es sociable y andarín, así que caminó y caminó hasta que se encontró a unos lugareños y los convenció para que lo llevaran a la estación y, de paso, que lo invitaran a unas cocacolas. Allí lo encontramos, ya merendado y esperándonos con una sonrisa. La guía tailandesa seguía gritando, probablemente en lenguas muertas.
Volvimos a Bangkok con dos horas de retraso, y por la noche salimos a cenar unos noodles. Y nunca más hablamos del tema.